jueves, 18 de abril de 2013


GRECIA. CUNA DE LA CULTURA OCCIDENTAL: LOS JUEGOS.

Mi nombre es Dionisos.

Vine al mundo entre los aparejos de los barcos, el olor nauseabundo del pescado podrido y la algarabía rapaz de las gaviotas: mi padre era pescador en el puerto de El Pireo y mi madre vendía las capturas que él diariamente traía.

Será la buena dieta que nos proporcionaba el mar pero el caso es que me crié fuerte y recto como una sarissa de la falange macedonia. En ello seguro tuvo algo que ver que el abuelo Kostas me diera, siempre a escondidas de mi madre, una copita de retsina.... o a que el abuelo medía casi dos metros.

Intenté aprovechar mis largos miembros para hacer fortuna en la lucha; pero no heredé, junto con ellos, el ardor guerrero del que alardeaban mis mayores. Todavía les recuerdo, en las raras tardes en que el mal tiempo obligaba a dejar varada la barca, y mientras reparaban las redes de los barcos con manos sarmentosas, sus sonrisas bajo los bigotones: amarillo por el humo el encanecido y salvaje del abuelo, y negro como mis ojos el más modesto y arreglado de mi padre.

No tuve más remedio al crecer que dedicarme a continuar la tradición familiar; mas, en lugar de hacerme a la mar, creí más seguro retirar a mi madre de su humilde puesto y darle la dimensión que mi estatura, parecida a mi ambición, estaba demandando.

"Dionisos, el pescado es el mayor placer", puede leerse ahora en el letrero azul y blanco que ha sustituido a la torpe tablilla que colgaba antes indicando los precios.

No prosperé en el ejercicio físico pero si lo hice en los negocios y mi antigua ilusión de gloria deportiva se vio satisfecha con la asistencia a los diversos espectáculos que se ofrecían. Mi ciudad es cuna de grande atletas y en ella tienen lugar encuentros de enorme rivalidad.

Hoy es día de juegos y me encamino con otros mercaderes amigos al estadio. Visto la ropa de las celebraciones importantes, llevo viandas para entretener la jornada y he cogido la bolsa con monedas pues "nunca salgas sin dinero" me decía siempre el abuelo Kostas; claro que él nunca me dio más que buenos consejos (y aquella copita colmada de vino retsina).

El ambiente es el de las grandes ocasiones, hace mucho calor y la gente está expectante.

Veo en sus asientos a Kristos y Panagiotis, mis amigos de toda la vida. Sólo falta Trifón, pero él marchó a Atenas y murió para nosotros; peor aún, veneró los emblemas de la escuadra rival.

Saltan a la arena nuestros héroes y ya no podemos contener más nuestro fervor: nos ponemos en pie y saltamos haciendo que tiemble la grada. No tardan en seguirles los rivales y gritamos más fuerte todavía. Kristos prende una llama y nuestra bancada se llena de humo. Busco en la bolsa y descargo sobre el enemigo un bando de aceradas lechuzas.

* * *


Ha sido un gran día, los nuestros se han llevado la gloria y yo vuelvo feliz a casa por el triunfo pero sin el mechero y los veinte euros en monedas de uno que traía. Diamantidis, el puto alero cabrón que nos ha freído a triples todo el partido, se lleva un regalito mío de seis puntos en la sesera.

OLYMPIACOS 72- PANATHINAIKOS 69



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