martes, 5 de marzo de 2013

VIAJES NIHILISTAS. Los Powpo de Irian Jaya.

Otras veces hemos traído a esta sección las particulares costumbres de algún grupo humano remoto como los Wachosti de Malawi, que se untan los genitales con la saliva de las hembras de sus poblados, o la tribu de los Añugo de Centroamérica, que adoran cual divinidad un intacto (y todavía en su envoltorio) adminículo metalizado que quedó extraviado tras la convulsa estancia de una primatóloga australiana.

En esta ocasión quiero hablaros sobre el desconocido Festival del Estreñimiento de los Powpo.

Es Irian Jaya una de esas regiones ignotas, tierra llena de contrastes, que alberga en sus vírgenes valles poblaciones desconocidas por el hombre civilizado. En uno de los más fértiles, en el extremo más austral, habita una tribu que organiza una celebración evacuatoria harto singular. No tiene una fecha prefijada pues carecen del sentido temporal que nosotros conocemos pero aproximadamente cada dos años, cuando los ñames y las batatas parecen alcanzar un tamaño inusitado y los cerdos que hozan en los huertos presentan una capa de grasa especialmente consistente, se inicia una orgía gastronómica que tiene como único objetivo ingerir la mayor cantidad posible de alimentos. Frutas, cereales, manteca de coco, insectos, todo es poco en esos días para el apetito insaciable de un powpo desatado. No resulta extraño ver a los varones adultos, los únicos con derecho a participar, atragantándose con un ave del paraíso o comiendo, golosos, un puñado de gordos gusanos que derraman sus jugos manchando barbillas y haciendo las delicias de los más pequeños de la aldea mientras sueñan con el día en que puedan unirse a sus mayores.

Ocho, nueve jornadas, hasta dos semanas se prolonga este ritual que no es sino preparación para el gran día, el Ahhhhhh ceremonial.
Se aclara una porción de bosque primario y en el calvero resultante se disponen parejas de postes de alturas diferentes, pero siempre superiores a media pierna humana.

Cada participante, ayudado por las mujeres de su familia, se dirige al emplazamiento elegido. Su caminar es muy típico de la trascendencia mística del inminente momento: muy juntas las rodillas, dando pequeños pasos con prudente desplazar de sus pies encallecidos, una mano sujetando el prominente estómago mientras con la otra tapa la desguarnecida retaguardia. Es este un baile sagrado que dura muy poco para los espectadores al evento pero que se comprende agónico en las miradas de los contendientes. No es raro que alguno fracase en ese postrero esfuerzo y caiga inane, inanimado y mortalmente pálido, como pelaje de fungusino cavernoso, en medio de un silencio reverencial.

Con la ayuda de una rudimentaria grúa son izados los restantes y dan comienzo los preliminares de lo que se adivina una actividad titánica por ser largamente demorada. Muecas, gestos, algún “la virgen” entre el público, herencia sin duda de algún misionero hispanohablante, sustituyen el anterior letargo.

Los menos productivos, y que irán a engrosar las filas de los grupos de menor categoría (despiojadores, músicos, colchones humanos), revierten a la naturaleza cantidades inferiores a la altura del poste por el que apostaron. Algunos se aproximan a su objetivo, se ganan el derecho a ser guerreros y pueden disfrutar de los botines de las incursiones en aldeas vecinas, teniendo especial cuidado, eso sí, en elegir adultos que nunca hayan participado en ceremoniales similares.

Sólo uno, el Dxager AO o Gran Hombre Rojo por el rubor extremo que semejante esfuerzo confiere a su aceituno rostro, es capaz de salvar la abismal distancia que media del suelo al negro pozo de su idiosincrasia. Excepcionales son las ocasiones en que el triunfador exige calzos de madera para elevar, más aún si cabe, la magnificencia de su descarga.

Pocos ojos occidentales, tal vez tan sólo los del que os brinda este relato, han contemplado maravillados la majestuosidad de esta comunión cósmica y, a la vista de en lo que consiste el posterior banquete, menos aún se atreverán a incluirlo entre sus destinos predilectos.

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